domingo, 6 de julio de 2025

 LENGUAJE, LENGUA Y DISCURSO: UNA MIRADA NEUROLINGÜÍSTICA DESDE EL TRABAJO, LA MANO Y LA MENTE HUMANA

 

Por Néstor Antonio Pardo Rodríguez

Terapeuta del Lenguaje / Fonoaudiólogo

Titulado por la Universidad Nacional de Colombia

nestorpardo2000@yahoo.com             https://orcid.org/0000-0001-7257-6824

 

Resumen:

Este artículo aborda la diferenciación conceptual entre lenguaje, lengua y discurso, desde una perspectiva neurolingüística y fonoaudiológica, en conexión con la evolución de la mano, el trabajo y la expansión cortical humana. Se revisan aportes clásicos y contemporáneos, así como hallazgos de neuroimagen funcional que evidencian la distribución de los sistemas cerebrales implicados en el lenguaje. Se argumenta que el lenguaje es una facultad neuropsicológica de base evolutiva, mientras que la lengua es un sistema culturalmente heredado y el discurso una manifestación situada. La articulación de estos niveles es fundamental para comprender el desarrollo humano y orientar prácticas clínicas inclusivas desde la Terapia del Lenguaje / Fonoaudiología.

Palabras clave: lenguaje, neurolingüística, fonoaudiología, mano, corteza prefrontal, discurso, lengua, evolución cerebral.

Introducción

Aristóteles sostuvo que el ser humano no es inteligente porque tiene manos, sino que tiene manos porque es el más inteligente de los seres. Esta afirmación trasciende lo filosófico y se instala hoy en el campo neurocientífico como una evidencia evolutiva: la mano fue catalizador del desarrollo cerebral y del lenguaje. La manipulación de objetos, la construcción de herramientas y la progresiva complejización de las acciones humanas generaron condiciones estructurales para la emergencia del sistema simbólico verbal (Herrera, 2003; Damasio, 2010).

En este marco, la diferenciación entre lenguaje, lengua y discurso no es sólo semántica, sino epistemológica y clínica. Comprender sus interrelaciones permite fundamentar el abordaje terapéutico de las alteraciones comunicativas desde una visión integral del ser humano como cuerpo, mente y cultura.

En el campo de la Fonoaudiología y la Neurolingüística, la precisión conceptual no es un mero asunto terminológico: es una responsabilidad clínica, ética y humana. Diferenciar lenguaje, lengua y discurso es vital para comprender adecuadamente las dificultades comunicativas en personas con condiciones neurodivergentes como el síndrome de Down, los trastornos del espectro autista (TEA) o las afasias adquiridas. Confundir estos niveles puede derivar no sólo en diagnósticos erróneos, sino en intervenciones desacertadas que comprometen el desarrollo cognitivo, la integración social y la dignidad misma del sujeto.

El lenguaje, como facultad neuropsicológica y biológica, es una capacidad mental estructurada en redes neuronales distribuidas que permiten la simbolización, la intencionalidad comunicativa y la articulación del pensamiento. Esta capacidad es independiente del código particular —la lengua— que se adquiera, o del uso situado —el discurso— que se realice en contextos específicos. Sin embargo, en la práctica clínica y educativa, es común que se atribuyan las dificultades comunicativas a la falta de vocabulario, a una articulación defectuosa o a un conocimiento insuficiente de la gramática, dejando de lado los procesos superiores del sistema nervioso central que verdaderamente configuran la función lingüística.

Este error de enfoque es especialmente grave cuando se trabaja con niños con síndrome de Down, quienes pueden presentar un discurso interno más desarrollado que su expresión verbal, o con personas autistas, cuya comprensión simbólica y pragmática suele estar profundamente comprometida a nivel cortical y no en la mera producción de sonidos. En las afasias, una evaluación centrada exclusivamente en la emisión mecánica de palabras puede invisibilizar afectaciones en la planificación discursiva, la coherencia narrativa o la función ejecutiva del lenguaje, gobernadas por áreas como la corteza prefrontal.

No reconocer que el lenguaje va más allá de las áreas de Broca y Wernicke, y que involucra sistemas complejos de integración sensorial, emocional, cognitiva y motora, es minimizar el fenómeno humano más profundo: el de construir sentido y comunicarlo a otros. Diagnosticar sin esta claridad conceptual no solo limita la eficacia del tratamiento, sino que puede condenar a la persona a una forma de exclusión simbólica, donde se confunde su dificultad con una incapacidad, y se limita su derecho a expresarse, a ser escuchado, y a formar parte activa de su entorno.

Por ello, urge una mirada integral y diferenciada que articule los aportes de la neurociencia, la filosofía del lenguaje y la praxis fonoaudiológica, para intervenir con responsabilidad, sensibilidad y precisión. Porque no se trata solo de enseñar a hablar, sino de comprender cómo se organiza el pensamiento, cómo se construye la intención y cómo se hace presente el sujeto a través de su voz, su gesto o su silencio.

Lenguaje: una red neurofuncional distribuida

Desde una perspectiva neurolingüística, el lenguaje es una función cerebral compleja que emerge de la interacción entre factores genéticos, epigenéticos, sociales y culturales. Se articula a través de una red de regiones corticales y subcorticales que integran la percepción, la planificación, la emoción y la acción (Damasio, 1996; De Conde, 1984; Spirkin, 1962).

Las áreas clásicas de Broca y Wernicke, descubiertas en el siglo XIX, dieron origen a un modelo afasiológico centrado en la localización. No obstante, investigaciones recientes con técnicas de imagen funcional (fMRI, PET, tractografía por DTI) han evidenciado que el lenguaje se sostiene en un sistema distribuido que incluye (Friederici, 2011):

Corteza prefrontal dorsolateral y medial, esencial en la planificación discursiva y la autorregulación de la expresión.

Áreas temporoparietales (superior e inferior), responsables de la integración fonológica, auditiva y semántica.

Sistema subcortical (tálamo, ganglios basales, cerebelo), que modula la prosodia, la fluidez y el control motor del habla.

Conectividad por el fascículo arqueado, que vincula regiones anteriores y posteriores del lenguaje.

Las imágenes por resonancia magnética funcional (fMRI) han demostrado que, durante tareas lingüísticas, la activación cerebral no se limita a las regiones perisilvianas del hemisferio izquierdo, sino que compromete áreas bilaterales, especialmente en comprensión de metáforas, ironías o discurso emocional (Binder et al., 2009).

Además, estudios con tractografía han identificado múltiples vías de conexión entre zonas del lenguaje, como el fascículo fronto-occipital inferior y el fascículo uncinado, fundamentales en la asociación de significados y la coherencia discursiva (Catani & Mesulam, 2008).

La corteza prefrontal en el lenguaje y el discurso: entre la planificación, la escucha activa y la acción comunicativa

La corteza prefrontal dorsolateral (DLPFC) y la ventromedial (VMPFC) han sido reconocidas como zonas implicadas en la anticipación, memoria de trabajo, regulación emocional y metacognición. En relación con el lenguaje, esta región no produce directamente unidades lingüísticas, pero permite su planificación secuencial, selección semántica, y coherencia discursiva (Friederici, 2011; Damasio, 1996).

La planificación de lo que se va a decir —el acto locutivo anticipado— involucra una coordinación jerárquica entre la corteza prefrontal y los circuitos temporo-parietales del lenguaje. Esta región actúa como “arquitecta del discurso”, organizando intenciones, evaluando contextos, inhibiendo enunciados inadecuados, y facilitando una narrativa coherente con el entorno interpersonal y social.

Escucha activa: empatía, cognición y lenguaje

La escucha activa, entendida como un proceso más allá de la percepción auditiva, requiere un delicado equilibrio entre procesamiento bottom-up (sensorial) y top-down (cognitivo-emocional). La corteza prefrontal medial y orbitofrontal se activan durante tareas de perspectiva mental y teoría de la mente, especialmente al interpretar intenciones ajenas en contextos comunicativos (Frith & Frith, 2006). Estas funciones permiten la escucha empática (captar el estado emocional del interlocutor) y la escucha cognitiva (comprender la lógica del discurso y su intención pragmática).

Desde la Fonoaudiología, entender estos procesos es clave para abordar trastornos del lenguaje en los que no existe daño perisilviano evidente, pero sí disfunciones ejecutivas que afectan la interacción comunicativa.

Aplicaciones clínicas y educativas

La Fonoaudiología tiene la responsabilidad urgente de reconocer el papel de la corteza prefrontal permite enriquecer los enfoques terapéuticos, especialmente en población con alteraciones del discurso (como en TDAH, afasias frontales, TEA o demencias frontotemporales). Igualmente, el desarrollo de competencias discursivas en la infancia requiere no solo el dominio de vocabulario o gramática, sino también el fortalecimiento de habilidades de regulación emocional, atención sostenida y planificación cognitiva.

Educativamente, se debe fomentar la metacognición, la argumentación reflexiva y la escucha empática, promoviendo una interacción comunicativa ética, crítica y socialmente situada.

La mano y el trabajo como motores del lenguaje

La evolución del lenguaje está íntimamente ligada al desarrollo de la mano como órgano de exploración y acción. Las primeras herramientas —piedras, lanzas, raspadores— fueron extensiones funcionales de la mano humana, lo cual exigió un incremento en la capacidad visomotora, secuencial y simbólica del cerebro (Vergara, 1990).

Este vínculo entre manipulación y simbolización ha sido documentado por neurocientíficos que muestran que áreas cerebrales implicadas en el uso de herramientas (como la corteza parietal inferior) se solapan con regiones lingüísticas, sugiriendo una base común evolutiva (Rizzolatti & Arbib, 1998). En este sentido, el lenguaje no es ajeno al cuerpo: nace de la acción, y se organiza a partir de estructuras neurobiológicas forjadas por el trabajo (Herrera, 2003).

La Fonoaudiología, al reconocer la importancia del período de aprestamiento grafomotor en el aprendizaje de la lectura y la escritura, no puede aislar la mano del resto del ser humano. El desarrollo del lenguaje requiere del cuerpo en su totalidad: manos, mirada, oído, afecto y memoria (Pardo, s.f.).

Lengua: estructura sociocultural heredada

A diferencia del lenguaje, la lengua es un sistema estructurado y convencional de signos que se hereda por transmisión sociocultural. Como lo plantea Rossi-Landi (1970), ningún ser humano crea por sí mismo una lengua; esta es el resultado de siglos de interacción social, selección cultural y evolución semiótica.

El niño no inventa la lengua: la aprende por inmersión en su contexto, apropiándose de formas fonológicas, léxicas, gramaticales y discursivas que le permiten dar sentido al mundo (Miller, 1979). Rojas (1989) la describe como un sistema articulado de significantes y significados, mediador entre el pensamiento individual y la comunicación social.

Para el Terapeuta del Lenguaje / Fonoaudiólogo, esto implica que las alteraciones en el desarrollo del lenguaje y el acceso, procesamiento o producción del discurso a través del uso creativo de la lengua deben analizarse a la luz de los contextos sociales, lingüísticos y culturales en que se desarrollan los sujetos.

Lenguaje como facultad neurolingüística vs. discurso como acción comunicativa

El lenguaje, desde la Neurolingüística, es una facultad neuropsicológica que emerge de una red interconectada de áreas cerebrales que incluye estructuras límbicas, sensoriomotoras, temporales y frontales. Esta red se consolida a través de la evolución filogenética y el aprendizaje ontogenético, habilitando al ser humano para adquirir una lengua natural y organizar el pensamiento simbólico.

Por otro lado, el discurso es un acto situado, temporal, social y pragmático. Charles Sanders Peirce, desde la semiótica triádica, consideró que el signo lingüístico sólo tiene sentido en una relación dinámica entre objeto, signo e interpretante. Así, el discurso no es solo código, sino interpretación situada. A su vez, Austin (1962) destacó que hablar es hacer cosas con palabras, es decir, que cada enunciado posee una fuerza ilocutiva (intención), perlocutiva (efecto) y locutiva (contenido literal), elementos que dependen directamente del control consciente del hablante, planificado por estructuras prefrontales.

Esto sugiere que el discurso, más que una secuencia de signos es una práctica intencional y contextualizada que implica agencia y responsabilidad. Su elaboración requiere integrar memoria semántica, conocimientos socioculturales, teoría de la mente y habilidades ejecutivas, todas reguladas desde la corteza prefrontal.

Desde la Terapia del Lenguaje / Fonoaudiología, evaluar y estimular la competencia discursiva implica trabajar con la totalidad del sujeto: su planificación cognitiva, su memoria, su capacidad de escucha, su percepción del otro y su adecuación al entorno.

Finalmente, el discurso representa la manifestación exteriorizada del lenguaje. Es decir, su uso efectivo en contextos específicos con fines comunicativos. Desde Austin (1962) y Habermas (1984), se ha comprendido que hablar es actuar: todo discurso está cargado de intención, de propósito y de posicionamiento.

El análisis del discurso permite abordar aspectos como:

La pragmática (uso funcional del discurso, con base en la facultad del lenguaje).

Las modalidades comunicativas: oral, escrita, gráfica, gestual / kinésica, digital.

La estructura narrativa, argumentativa, expositiva, etc.

La adecuación contextual y sociocultural de la comunicación.

Conclusión

Lenguaje, lengua y discurso no son términos intercambiables, sino niveles interrelacionados que expresan la complejidad de la comunicación humana. El lenguaje es una función neurobiológica y evolutiva, la lengua un sistema sociocultural, y el discurso la expresión activa y situada del pensamiento.

El abordaje clínico y educativo del lenguaje, desde la Terapia del Lenguaje / Fonoaudiología y la Neurolingüística, requiere considerar estos tres niveles de manera integrada, reconociendo el papel fundamental de la mano, del cuerpo, del entorno y del cerebro en la constitución del ser hablante.

El lenguaje humano no puede reducirse a la dicotomía de Broca y Wernicke, ni a un simple intercambio de signos codificados. Es una manifestación superior de la evolución biológica, cultural y social, anclada en la complejidad cerebral, proyectada en la acción de la mano, y construida históricamente a través del trabajo y la interacción. Comprenderlo desde la Neurolingüística y la Fonoaudiología exige abandonar modelos reduccionistas y asumir su carácter distribuido, multisistémico y ecológico.

La distinción entre lenguaje, lengua y discurso no es un lujo teórico, sino una necesidad práctica que transforma la forma en que diagnosticamos, intervenimos y educamos. El lenguaje es potencial biológico, la lengua es herencia cultural y el discurso es acción situada. Ignorar esta tríada conduce a errores de evaluación y abordaje en contextos clínicos, escolares y sociales.

En un mundo marcado por la diversidad, la plasticidad cerebral y la transformación constante de las formas de comunicación, urge una praxis terapéutica y pedagógica que reconozca la dimensión corporal, simbólica y contextual del lenguaje. Como terapeutas del lenguaje / fonoaudiólogos, no tratamos órganos ni síntomas aislados, sino sujetos que se construyen en el habla, en el gesto, en el vínculo.

Este llamado no es sólo académico, es ético: avanzar hacia un enfoque neurolingüístico del lenguaje es apostar por una humanidad más consciente de su poder de nombrar, representar, construir realidades… y también de transformarlas.

Referencias

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Binder, J. R., Desai, R. H., Graves, W. W., & Conant, L. L. (2009). Where is the semantic system? A critical review and meta-analysis of 120 functional neuroimaging studies. Cerebral Cortex, 19(12), 2767–2796. https://doi.org/10.1093/cercor/bhp055

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Catani, M., & Mesulam, M. M. (2008). The arcuate fasciculus and the disconnection theme in language and aphasia: history and current state. Cortex, 44(8), 953–961. https://doi.org/10.1016/j.cortex.2008.04.002

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 Vergara, R. (1990). La audición humana y la evolución. Manuscrito no publicado.

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